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lunes, 30 de mayo de 2011

Volúmen 1: "Los hermanos de Alamein" Capítulo 3: El legado

Habían pasado ya tres días desde el suicidio del muchacho, cuyo perfil online y único nombre reconocible era Alamein. Los diarios habían hablado de la explosión como un intento de ataque, un atentado al orden de “ésta sociedad. La sociedad donde no hay premios ni castigos. La sociedad donde los premios y los castigos los impone cada uno para sí, y donde cada uno elige su destino en base a de qué lado está.” Como el 7º piso del edificio había quedado completamente destruido las autoridades decidieron declarar al edificio ‘sitio inhabitable’, por lo cual casi 100 personas tuvieron que mudarse o perder su casa. Esto fue sólo el principio.
Alamein, luego de quemar sus identificaciones, escribió en su blog una última nota explicando por qué haría volar su departamento, y denunciando una política discriminatoria hacia ciertos grupos y sectores de la sociedad. Esa nota sería conocida por los internautas como la carta abierta, la nota de suicidio y el testamento de Alamein. En ella se hablaba de los acosos que debían sufrir los que no cumplían con las expectativas de absoluta normalidad de la sociedad, de cómo los grupos privilegiados de la sociedad alardeaban de sus atribuciones mientras había hordas de gente conviviendo con infiernos, de cómo habían caído tan bajo que el privilegiado salía a celebrar su vida todas las noches mientras el marginado vivía en busca de otra dosis o de dejar el cuerpo para darle vida al alma, y el resto de la gente era cómplice directo de ello.
Habían pasado ya tres repugnantes días en el infierno amurallado de Felicity Town, cuando un bloger conocido con el nombre de usuario Yamir leyó por primera vez la nota de Alamein. Yamir se sintió atraído por el fervor y el coraje del joven difunto. Lo leyó varias veces, para apreciar cada palabra llena de rencor, de odio y de impotencia. A ése momento Yamir era la única persona que podía entender el sacrificio del muchacho, el por qué era necesario que se repita la noche cotidiana de manera alarmante para las autoridades.
Yamir estaba exiliado de la ciudad. Se había ido antes de que el Partido Occidental iniciara su represión e impusiera su dictadura. “Me salvé de milagro…”, pensaba.
En ese momento dolorosos recuerdos azotaron su mente. Su familia. Su hijita… Comprendió lo que Alamein había querido decir, lo que él venía pensando desde hacía ya 19 años. Desde que vio morir a su esposa mientras su hija era violada por un ovejero alemán, atada con alambre de púas en los brazos a un poste eléctrico. Desde que los Spec. Ops. del Partido lo condujeron a punta de pistola hasta el Bosque Este y lo dejaron a su suerte junto a otras 500 personas. “Esta gente ya sufrió demasiado. Yo ya sufrí demasiado. Ya es hora de que soplen vientos de cambio. Ya es tiempo de vengarse y de hacerles pagar por todas y cada una de las vidas que arruinaron y arrebataron.”
Así fue que envió el link del blog del joven a sus contactos dentro de la ciudad. El mensaje adjunto era: “Ya saben qué significa. Ya saben qué hacer. Háganlo en nombre de Alamein”.

Así comenzó el reclutamiento en Felicity Town. El objetivo era crear una alianza, una gran alianza no sólo para luchar en contra de la sociedad impuesta sino también para exterminar a todos aquellos que simpaticen o luchen por ella. A esta alianza se la llamó “El cambio”.
El principal reclutador e instructor fue Harakun Al-Alamein (Los nombres terminados en “Al-Alamein” indican vinculación o pertenencia a la alianza). Harakun era un miembro de Spec. Ops. que había decidido renunciar al servicio y desaparecer de la vida pública desde antes de la asunción del Partido, para no figurar en la historia como un genocida sin causa. Su experiencia era vital para la instrucción de los soldados, al igual que su información sobre las reservas enemigas. Así fue que cuando Harakun recibió el mail de Yamir comenzó a llamar a sus alumnos, sus cadetes, su antiguo equipo y a todos aquellos que podían prestar servicio.
El lugar elegido como base de operaciones fue el subsuelo del edificio de Alamein, porque estaba completamente abandonado y no había peligro de ser descubiertos. Si bien tuvieron que hacer varios acuerdos con los guardias y los habitantes del barrio para evitar denuncias, la posición era segura. Allí lograron instalar una sala de cómputos para monitorear las unidades de campo, y una gran sala de entrenamiento para el desarrollo de tácticas de combate. Los dormitorios para las unidades y el personal se encontraban en los pisos del 1 al 5 (el 6 estaba quemado y el 7, destruido) con suficiente espacio para objetos grandes, con la desventaja de que en ningún momento debían encender las luces.
La instalación duró casi un mes. Una vez terminada, comenzaron a trabajar duro.
Harakun insistía en el uso de armas blancas y de cuerpo a cuerpo, ya que podía otorgar elementos de sigilo, sorpresa y algo de desmoralización. Por eso, el arsenal consistía en una hoja oculta bajo la manga, una daga que se llevaba en el muslo, una gran aguja que se portaba en el codo y permitía apuñalar con facilidad, una katana mediana para el combate formal y, por si las cosas se ponen feas, un MP5 semiautomático con silenciador que se llevaba en la espalda y granadas.
La táctica de combate de Harukun era algo dudosa, pero él decía que era efectiva. Lo único que debían hacer los soldados era lanzarse corriendo hacia el enemigo y rebanarlos en mitades antes de que pudieran disparar. Si eso no resultaba, la siguiente carga debía lanzarse sigilosamente y disparar. Esa fue la razón por la cual lo único que aprendieron los soldados fue a rebanar reses y disparar a blancos fijos.

Si bien Harakun era una parte valiosa para la alianza, parecía no saber lo que hacía. Aún así, era la única persona que podía cumplir ese rol.

viernes, 27 de mayo de 2011

Atención

Debido a que la extensión de las historias superaron mis expectativas, el desarrollo de los siguientes capítulos será un poquito más fluído, de manera que me concentraré mas en los momentos importantes de las historias, que pasarán a llamarse volúmenes debido también a su extensión.
Ésto es sólo orientativo, por si encuentran algún párrafo o algún capítulo menos descriptivo o más directo.

martes, 26 de abril de 2011

Volúmen 1: "Los hermanos de Alamein" Capítulo 2: Haciendo sacrificios

El joven llegó a su casa. Era tarde, pasadas las once. Estaba empapado en sudor, cansado, aturdido. Estaba confundido. Su madre le preguntó por qué se había demorado, pero él la ignoró. Se encerró en su habitación y se sentó en su cama, cabizbajo, a revisar su “baúl de recuerdos”. Tenía mucho en qué pensar.
<< ¿Qué fue eso? ¿Por qué la gente debe morir de esa forma, sin esperanza y llenos de culpa sin sentido? ¿Desde cuando éste es nuestro destino? La gente que no cumple con las expectativas de ésta sociedad que nos fue impuesta hace ya veinte años termina en la mala vida, y finalmente tiene un final trágico. No puede ser que nos estemos matando por un ideal que lo único que propone es infelicidad, discriminación y violencia social. ¡No tiene sentido este sistema, y sin embargo lo hacen respetar con toda la fuerza de la ley! Pero no me van a silenciar… ¡Esto no va a quedar así! Haré un primer y último sacrificio por cambiar las cosas. De todas formas, tarde o temprano yo iba a terminar como ése hombre. >>
Entonces el joven salió de su habitación. Su madre le reprochó no haberle explicado por qué había llegado en un horario fuera de lo apropiado para un niño (tenía 17 años, casi 18). Él, sin decir una palabra, se le acercó, le dio un beso y le dijo con ternura:- Mamá, descansa. Estaré un rato en mi computadora y luego haré la comida.- La mujer, conmovida, le sonrió y fue a recostarse a su dormitorio.
El joven volvió a su cuarto y se volvió a encerrar. Sin perder tiempo puso su cesto papelero en la ventana del edificio (era un 7º piso, entre las calles Untoten y Sardia) y encendió una pequeña fogata. Allí quemó todos sus documentos, tareas, papeles… todo lo que tuviera su nombre. Hecho eso, tomó su netbook y comenzó a escribir en su blog. Cada palabra era esencia pura de rabia, evidencia de necesidad de consuelo, marca de desesperación. En una sola nota lo dijo todo, absolutamente todo lo que la gente se negaba a aceptar.

Habían pasado más de dos horas desde que la madre del joven se había ido a descansar. La lluvia del televisor y los ruidos de la ciudad hacían imposible mantener un sueño profundo, por lo que la mujer se levantó. Tenía hambre, ya que debería haber cenado hacía ya tiempo. Salió de su dormitorio y la invadió una sensación de mareo que no entendía qué la causaba. Tuvo que sostenerse de la pared para poder estar de pie.
-¡Hijo!, ven a ayudarme. Mamá está mareada.
-¿Puedes venir a la cocina un minuto?- respondió el hijo.
Entre nauseas y dolores de cabeza, tuvo que arrastrarse hasta la cocina, donde cayó rendida al frío piso de porcelana.
-¡Hijo!, por favor… ayúdame…
Al ver que nadie le contestaba levantó la cabeza, entonces entendió por qué estaba tan mareada. Vio que las hornallas, las seis hornallas, emanaban gas. Junto a ellas estaba su hijo que sostenía un encendedor tapándose la boca.
-Lo siento, mamá.

Lo que pasó después lo pueden leer en los diarios.

viernes, 22 de abril de 2011

Imágenes y símbolos

En esta entrada pondré los símbolos y las imágenes de distintos bandos, grupos y organizaciones que aparecerán en la historia.

Símbolo de la Alianza por la Supervivencia


Policía de Control de la Moral

miércoles, 20 de abril de 2011

Mapas de Felicity Town

En esta entrada pondré algunos mapas de Felicity Town, para que se orienten. La mayoría de los capítulos tendrán referencia de calles, geografía, distritos, etc. y será necesario tener una mínima idea.
Los voy a ir subiendo de a poco, tengan paciencia.

Mapa de cuadras de Felicity town (Sin nombres de las calles).

martes, 19 de abril de 2011

Volúmen 1: "Los hermanos de Alamein" Capítulo 1: "¡Lo necesito!"

Todo estaba como de costumbre en la Avenida Einenhosswelt. La gente caminaba tranquila por las aceras sin nada que mirar más que el vacío de la noche (claro, la mayoría de los negocios estaban quebrados). Los niños dormían en sus camas calentitas y los adultos hacían lo que no podían hacer durante el día. De repente irrumpieron los pasos de un hombre corriendo en la tranquilidad del ambiente. Venía atropellando a la gente con un ritmo desesperado y una actitud amenazante. Cuando llegó a la esquina de la calle Walkure se detuvo de repente y entró en la licorería que allí se encontraba.
El hombre no perdió tiempo. Sacó su bastón extensible y golpeó al vendedor directo en la sien, dibujando una mancha roja en el mostrador.
-         ¡Quiero lo que es mío!, exigió el hombre amenazando con atacar otra vez.
-         Cálmate, lo tengo todo cubierto. Sólo dame dos días más. Por… ¡Por favor, no me lastimes!
-         Dos días más… ¡Dos putos días más! ¡Mierda! ¡Lo necesito! ¿Donde coño está?
-         Vamos… No es para ponerse así… No te he dicho que no sabía…
-         ¿Sabes lo que le pasa a la gente cuando se le acaba la paciencia? ¿No? ¡Pues lo vas a saber si no me dices donde está!
 El vendedor no sabía que hacer ni que decir. Titubeante, y con miedo sobrehumano, acertó a responder: - Lo tienen los Dïlers. Ya se hizo muy peligroso traer mierda a la ciudad. Si la Policía de Control de la Moral los descubren se ira todo al carajo para ellos, para mi y para ti. Solo espera dos días más, para poder sobornar a esos cerdos.-
 Al ver que la respuesta no acertaba con sus exigencias la mente del hombre se nubló del negro del odio. Tomando al vendedor por el cuello lo arrinconó contra la pared y, oprimiéndole la herida con el bastón, le susurró:- No juegues conmigo. ¿Crees que esto es un juego? ¿Me tomas como “otro adicto a mierda” que va a hacer estupideces? Pues te voy a dejar muy claro que esto no es un juego.- Guardó su bastón y en su lugar desenfundó una pistola. Entonces se la colocó al vendedor contra el paladar mientras lo invadía una risa enfermiza y le dijo con tono sardónico:- Si no me puedes decir que ya has conseguido mi mierda… no dirás nada más a nadie.- Y la pared se volvió roja.
El hombre salió corriendo desesperadamente a la calle, porque sabía que la gente había oído el disparo y la policía no debía de estar lejos. Corrió por la calle Walkure hasta la Diagonal Rossenwelth, donde una patrulla de la Policía de Control de la Moral lo vio. Entonces se dio a la fuga por la calle Sardia mientras la patrulla lo seguía por atrás. Aunque corría con paso muy ligero no podía lograr escapar de la patrulla. Cruzó las calles Untoten, Klein y Frank hasta llegar a la avenida Coruña. En la esquina se metió en una obra en construcción, con el fin de obligar a los policías a bajarse de su patrulla y, al dispersarlos, poder escapar más fácilmente. Fue donde habían colocado las vigas de soporte y esperó escondido a que los oficiales estuvieran dentro de la zona. Entonces se echó a correr hacia la bodega de materiales, sin pensar que los policías lo habían visto moverse. Cuando llegó a la bodega se dio cuenta que estaba cerrada con candado. De repente vio que la luz de una linterna lo enfocaba por detrás. Desenfundó su arma y se dio vuelta muy lentamente.
-         Todo terminó. No hay donde mas huir. Arroja tu arma.- dijo un policía.
El hombre entonces miró a los ojos a los policías. Lo único que vio fue una maldad oculta por un manto de hipocresía y una sonrisa más falsa que la misma mentira. (Claro… ¿Qué más se podía esperar de los que sirven al sistema opresor?) Los ojos se le inundaron de lágrimas, tanto por suplicar piedad como por ira hacia quienes lo habían convertido en lo que era. Entre tanto, la gente que pasaba por la calle se reunía en la construcción para ver el espectáculo: “Un adicto armado que fue atrapado suplicando por su vida”. Y se reían, algunos conteniéndose y otros burlándose.
-         Vamos, arroja el arma. En la cárcel te van a tratar como te mereces, escoria.- acosaban los oficiales.
-         Las dosis que consumes valen más que tú, maldita basura.- decía la gente.
El hombre sabía bien lo que ocurría con la gente en la cárcel, y también sabía que en algún momento tendría que ceder y soltar su pistola. En ese momento una mezcla de recuerdos, ira, impotencia y miedo lo paralizaron subiéndole por la boca del estómago hasta el corazón y la cabeza. Sentía asco de la sociedad, del mundo, de si mismo, de la vida. Ya no le importaba su destino, porque de todas formas era el mismo en distinta forma. Con movimientos ajenos a su voluntad subió el brazo arrastrando el arma hasta su sien, y sintiendo una última vez la brisa nocturna apretó el gatillo con una seguridad más allá de su conciencia.

La gente se quedó atónita, pero satisfecha. “Una basura humana menos en el mundo”, pensaban. Poco a poco, la gente comenzó a retirarse de la escena, dejando a la policía con el cadáver. Sólo un joven se quedó a contemplar el cuadro de la situación. Se atrevió a avanzar para estar junto al cadáver y poder observarlo de cerca. Miró los ojos desorbitados de la pobre alma torturada y, sintiendo esa empatía de las situaciones extremas, dijo para sus adentros: ‘¡Dios! ¿Por qué? Más allá de su adicción era igual a mí. ¿Por qué merecía esto? ¿Por qué merecemos esto?’
Resignado, se levanto de suelo y se fue a su casa mientras cascadas de preguntas existenciales fluían de su cabeza.

"Bienvenidos a Felicity Town"

“Felicity Town”. El nombre indica un paraíso en la tierra. Y lo es, aunque sólo para los fieles.

Es una sociedad justa, estricta y de fuertes convicciones en lo que concierne a la ética y la moral. A simple vista, un lugar feliz. Las sonrisas abundan, se oyen carcajadas al igual que se oyen las agonías de la escoria. Pero los corazones de esas personas están vacíos y sus mentes, perturbadas. ¿Hay alguien realmente feliz allí? ¿Hay algún cuerpo que tenga alma aún? Allí los cuerpos que aún tienen alma son la basura humana. Las drogas, el sexo y el suicidio son las únicas formas de ponerle un fin a su falsedad y su sufrimiento, de escapar del círculo vicioso de las mentiras.
Así, en éste contexto, la cotidianidad de ver como se arruina la vida de una persona hará que el resto de la gente tenga esperanza y que pueda defenderse de la opresión que impone la ética de éste infierno con nubes.